Se reasegura con estas palabras Clara, una segunda anima, en su tarde libre de trabajo, espera el ómnibus 168 queriendo dirigirse hacia la casa de una amiga suya. El autobús, el no-lugar donde se desarrollan los acontecimientos de la tarde de ese sábado, conduce a Clara al cementerio de la ciudad. Es un viaje de transición tanto geográfica cómo emotiva, pasando por el estado de felicidad de Clara inicial y por la incomodidad de las miradas ajenas hasta llegar al terror de las consecuencias de su desencaje donde se reitera el leitmotiv de la yuxtaposición entre los protagonistas y los «otros», al formar las personalidades de los individuos a través de la presión del grupo. El clímax de violencias que sufre Clara por ser diferente pasa por miradas, voces, acusaciones hasta llegar a intentar un atentado físico. La causa de la curiosidad de los demás pasajeros, los demás ramos, es que Clara no tenía flor alguna en sus manos mientras todos los restantes pasajeros sí. El chofer y el guardia, los modernos psicopompos del cuento son los primeros en vociferar sobre la condición de Clara, personificaciones de esas fuerzas policiales que en una sociedad en aplanamiento, intentan castigar a quienes todavía osan no conformarse con el colectivo. Y los restantes pasajeros observan, sus ojos detrás de los pétalos de sus flores. Son claveles rojos, son margaritas podridas y son crisantemos y dalias: son socialistas, son inocencia perdida y son muerte. El animus de este relato es un muchacho que igualmente a Clara sube al bus y como ella compra un boleto de 15, él también va más allá del cementerio. Y mientras al principio parece burlarse, indiferente ante la curiosidad de sus observadores, las mismas condiciones hacen que se cree rápidamente una intimidad entre los dos. Después de que hayan bajado todos los demás pasajeros, los dos psicopompos parecen descargar las culpas de cada bloqueo del tráfico, de cada interrupción del viaje sobre los dos muchachos, acercándose el chofer numerosas veces para atraparlos antes de tener que volver a su posición. Reflejan esos individuos de la sociedad argentina que no apoyando al régimen, sin esa visión ofuscada por un enorme ramo de flores ante sus ojos, son utilizados como chivos expiatorios para explicar las razones de la falta de éxito y de la ralentización del progreso. Al bajar del bus, el muchacho acaba por comprar un ramo de pensamientos para cada uno, la pareja acaba sucumbiendo a las presiones sociales de las masas, uniformándose con sus perpetradores. Clara recordaba siempre haber llevado violetas3 consigo.