Ensayo de Análisis Literaria: el Peronismo en Cortázar

Zeno Girardi

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«Casa Tomada» y «Ómnibus» de Julio Cortázar como reelaboraciones oníricas de la características sociales de los movimientos peronistas
Los entrelazamientos
En la visión psicoanalítica junguiana los sueños son un intento de comunicarse entre el subconsciente y la mente consciente, una reelaboración manifiesta de la realidad por parte de esa porción incontrolable de nuestra psique y percibido por nuestro yo consciente. El siguiente análisis se enfoca en la hermenéutica de los cuentos de Julio Cortázar «Casa Tomada» (1946) y «Ómnibus» (1951), como génesis de un sentimiento de alienación social causado por el contexto político y social de la argentina de la época. Cortázar, nacido en Bélgica pero de padres argentinos, nunca admitió conferir una dimensión política a sus cuentos pero tampoco a priori descartó la hipótesis, siendo a menudo sus cuentos concebidos en la dimensión onírica. El plano onírico existe en continuidad con la vida cotidiana en la misma medida en la cual la realidad y lo fantástico se entrelazan, y cómo la narración literaria, política y social intentan hacerlo en este ensayo. Para una lectura de este tipo es necesario tomar en consideración el contexto histórico de la publicación de los relatos tanto como el rol del autor en sus acontecimientos, no en papel de escritor sino como individuo producto de la sociedad y la política argentina contemporánea. 
Contexto Histórico
Los cuentos se publicaron entre 1946 y 1951, epoca que coincide con la elección del presidente Juan Domingo Perón, marcando el comienzo del Peronismo Clásico, movimiento laburista y nacionalista que cambió profundamente la Argentina, en oposición a las principales democracias reaccionarias occidentales y los modelos orientales de comunismo. Julio publicaba por la revista SUR, opositora al régimen y se describió como un simple joven burgués antiperonista e idolatrante de la vieja Europa que en un sueño concibió esta historia, vomitando la mañana siguiente todas las palabras del relato en su máquina para escribir. En una Buenos Aires orgullosa de su primato de ciudad de raza blanca y de habla española (Florencio Escardo), desde el año previo un polvo misterioso empezó a levantarse entre las plazas y calles de la capital: la amenaza de esas masas invisibles a las elites de todos esos trabajadores, agricultores y mucamas. Los cabecitas negras que constituían esa fuerza escondida de la sociedad argentina, ignorada por la burguesía de ascendencia colonial pero destinados a ser los protagonistas de la nueva sociedad peronista. 
Casa Tomada y la silenciosa invasión
“Los ruidos se oían más fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras.” 
Entre las paredes de una casa bonaerense dos ya no muy jóvenes hermanos comparten su aburrida existencia de solteros. Quedan muy pequeños los dos en la propiedad que logra albergar unas ocho personas, viviendo de la riqueza proveniente de los campos trabajados por otra presencia, indescriptible e incognoscible. Una ejemplificación de la decadencia de la élite burguesa argentina, Irene y su hermano yendo ya por los cuarenta, viven juntos en un microcosmos un poco borroso de sus alrededores, la mirada va buscando al viejo continente de cuyos libros goza nuestro protagonista. Una élite europea, separada del exterior desde una puerta en roble1 macizo, sumergida en el patetismo de la repetitiva existencia del matrimonio fraterno, amortiguado por las actividades de recreo de los dos: las limpiezas comunes, la fruición de textos de literatura europea del protagonista y el tejer y destejer en continuación de su hermana. Desde una perspectiva etimológica, sus pasatiempos brindan información sobre la naturaleza de los hermanos: etimológicamente tejer y texto tiene el mismo significado originario del latin texere, entrelazar hilos. Muy similares en la prosopografía caracterial los dos hermanos pueden ser vistos como complementarios el uno del otro, una pareja de animus y anima junguiana, ambos víctimas de la invasión. ¿Pero quiénes son los invasores? Si los dueños de la desproporcionada casa, en clave social, son las elites al mando de Argentina, y la casa el país mismo, los invasores no pueden ser nadie más que esas cabecitas negras que atentaban al orden preestablecido por el mando. 
“Buenos Aires era una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa, [...] apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo [...] y se suspende en el aire.”
Ese polvo que se infiltra en la vida de la sociedad medio burguesa latifundista va silenciosamente y paulatinamente ocupando la casa. Los invasores no son identificables en la medida en la que todavía no había una comprensión completa del sublevamiento de las masas peronistas entre los hombres de cultura como Cortazar. Ambas razones de los movimientos peronistas y la identidad de las masas que los apoyaban, eran poco entendidas por quienes estaban acostumbrados al estatus quo predefinido. Irónico es como la sensación de angustiosa invasión causada por la llegada de los misteriosos invasores, echados de su propia casa  parece de mayor impacto sobre nosotros los lectores, por el otro lado de la cuarta pared, que a los protagonistas mismos. Simbólico es cómo la primera parte de la casa a ser tomada sea la biblioteca, centro de la producción cultural del país, un reflejo de la aversión a la libertad cultural del régimen peronista. Lo más patético entre las acciones de los gorilas2, sin contar la renovada filatelia del hermano, es la idiotez con la cual se enfrentan y deciden reaccionar al problema: temor, claro, pero se ahorran todo tipo de acción que pueda contrastar una expansión en el resto de la propiedad, resignación ante lo perdido y merecida consolación con un buen mate. En la confusión entre haber adquirido una conciencia de clase y la estaticidad de la ignorancia de los hermanos de la elite no hay oposición alguna por su parte hacia los misteriosos invasores. Son las once de la noche, mirando el reloj de muñeca, que el hombre acaba botando las llaves de la casa, sacrificando su libertad de acceder, apropiada por las voces plurales, “han tomado la casa.” 
Omnibus y la forma de las masas 
“Es natural que los pasajeros miren al que recién asciende, está bien que la gente lleve ramos si va a Chacarita, y está casi bien que todos en el ómnibus tengan ramos.”
Se reasegura con estas palabras Clara, una segunda anima, en su tarde libre de trabajo, espera el ómnibus 168 queriendo dirigirse hacia la casa de una amiga suya. El autobús, el no-lugar donde se desarrollan los acontecimientos de la tarde de ese sábado, conduce a Clara al cementerio de la ciudad. Es un viaje de transición tanto geográfica cómo emotiva, pasando por el estado de felicidad de Clara inicial y por la incomodidad de las miradas ajenas hasta llegar al terror de las consecuencias de su desencaje donde se reitera el leitmotiv de la yuxtaposición entre los protagonistas y los «otros», al formar las personalidades de los individuos a través de la presión del grupo. El clímax de violencias que sufre Clara por ser diferente pasa por miradas, voces, acusaciones hasta llegar a intentar un atentado físico. La causa de la curiosidad de los demás pasajeros, los demás ramos, es que Clara no tenía flor alguna en sus manos mientras todos los restantes pasajeros sí. El chofer y el guardia, los modernos psicopompos del cuento son los primeros en vociferar sobre la condición de Clara, personificaciones de esas fuerzas policiales que en una sociedad en aplanamiento, intentan castigar a quienes todavía osan no conformarse con el colectivo. Y los restantes pasajeros observan, sus ojos detrás de los pétalos de sus flores. Son claveles rojos, son margaritas podridas y son crisantemos y dalias: son socialistas, son inocencia perdida y son muerte. El animus de este relato es un muchacho que igualmente a Clara sube al bus y como ella compra un boleto de 15, él también va más allá del cementerio. Y mientras al principio parece burlarse, indiferente ante la curiosidad de sus observadores, las mismas condiciones hacen que se cree rápidamente una intimidad entre los dos. Después de que hayan bajado todos los demás  pasajeros, los dos psicopompos parecen descargar las culpas de cada bloqueo del tráfico, de cada interrupción del viaje sobre los dos muchachos, acercándose el chofer numerosas veces para atraparlos antes de tener que volver a su posición. Reflejan esos individuos de la sociedad argentina que no apoyando al régimen, sin esa visión ofuscada por un enorme ramo de flores ante sus ojos, son utilizados como chivos expiatorios para explicar las razones de la falta de éxito y de la ralentización del progreso. Al bajar del bus, el muchacho acaba por comprar un ramo de pensamientos para cada uno, la pareja acaba sucumbiendo a las presiones sociales de las masas, uniformándose con sus perpetradores. Clara recordaba siempre haber llevado violetas3 consigo. 
Conclusión
Los cuentos «Casa Tomada» y «Ómnibus» de Julio Cortázar se han analizado como reinterpretaciones oníricas de las tensiones sociales durante el auge del peronismo en Argentina entre 1946 y 1951. A través de la lente onirista, se explica la alienación social generada por el cambio político y social, simbolizado por la invasión silenciosa en «Casa Tomada» y la presión social en «Ómnibus». Estos relatos reflejan la silenciosa sustitución de las masas peronistas contra las elites, capturando la ansiedad de la elite burguesa ante la creciente influencia de las clases trabajadoras y la tendencia a la homologación del individuo bajo la presión de la sociedad. 
Notas 
Planta conocida por su robustez, de importación europea
Jergo político argentino con el cual se conocen los antiperonistas
Flor símbolo de penitencia y pentimiento
Fuentes:
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