'Uncia uncia', a metamorphosis tale | "Uncia uncia", cuento

Ayelén Caparra

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Hi! Here’s an example of my writing skills: a metamorphosis tale I published a long ago.
I hope you enjoy this!
¡Hola! Acá un ejemplo de mis habilidades de escritura: un cuento sobre una metamorfosis que publiqué hace varios años.
¡Espero que lo disfrutes!
Uncia uncia, by Ayelén Caparra (published tale)
When what one fears the most finally happens, there is nothing left for a human but to tear their own skin and change it. I looked at the bodies lying lifeless at my feet, their lives spilled across the carpet, and thought that I wouldn't have imagined changing so much.
I'm not sure I precisely remember what I was like before them, but I persistently seek to do so, I believe I owe it to that previous "self." The custom of the specie dictates burying the dead, and that's what I'm trying to do by telling you this story.
I wanted to believe that it took me a hundred days to mutate, that it hadn't happened suddenly, but I have to admit and acknowledge to myself that it's a lie. For me, everything changed in a second, it was in that second when they made a decision for me, and not afterwards. I think the first spot, if I had had the lucidity to observe my naked body and not go crazy, I would have noticed it when they threw me into the wasteland. Anyway, I can remember the force with which my body hit the ground because, yes, I hit it.
Searching through my hazy memories gives me calmness; I still feel nauseous when I rethink everything, and that means I retain something. I know the first few days were confusing; I spent them between hospitals and police stations, statements and syringes. I preferred the latter; thinking made me vomit. Then it happened, one of the doctors who examined me found it, it was there, a bit faint but unmistakable. Fortunately, he took it as a bruise.
At first, I found a new spot every day, but then they started multiplying at a faster rate, and in less than three weeks, I was covered in them. By a month and a half, they were already black. By some kind of nature's kindness, they hadn't appeared on my face.
That day was the one my dad looked at me with sadness; I don't think he exactly guessed what, but he knew I wasn't the same. He came with bad news; the prosecutor's office had called, they were going to close the case due to lack of evidence. I grabbed Grandma's Chinese vase and smashed it against the wall. A low whistle came out of my chest and escaped through my mouth. I locked myself in my room. I had thought that the lack of memories was a blessing, but now I hated it.
Two more months passed, and I had returned to the streets, but I no longer belonged there. All the cars, the noise, the hurried people annoyed me; I felt like my head couldn't handle so much volume. Besides, I had grown hairs, and the hairs had grouped together, and now it was a fur, a very strange one that covered me. The first day I looked at myself in the mirror with such a coat, I remembered kindergarten and how the teacher had asked us what animal we wanted to be, as if there were a possible way for us to become one. Everyone had answered dogs or cats, rabbit the boldest, I said snow leopard, and the teacher looked at me with fear. "It's very pretty," I added to make her stop looking scared, but I don't think she believed me. She saw something at that moment, and in the end, she was right.
I crossed the street, and now I was in a square, my back hurt a lot, and the scabs on my hands made it difficult to grab my purse. I threw it and threw myself. I fell bent in two, and the inevitable happened. I had feared it but also expected it, a solitary fate for a person who had always been so. As a last gift of my ex-humanity, all the lost memories came back to me, and then I knew why everything was happening.
I went looking for them; if I was lucky and felt like that tonight, they would all be together. My muscles tensed effortlessly, my legs accelerated, my tail balanced me, I was made for this. I arrived easily, and I almost wanted to have some doubt, but I didn't. I heard their laughter, and my eyes narrowed; I didn't want them to emit that sound again. The door was ajar, and with the force of my body, it slammed against the wall. They turned around. At first, they didn't react. Then they screamed. They were afraid, but they were drunk, and I was very fast. One of them grabbed a broom in a useless attempt at defense. It made no difference. A leap to the jugular and he fell. The other simply accepted his fate.
I turned and found her. The worst one: the one who had betrayed me. I felt no mercy for her. I cornered her, and with my feline eyes, I looked at her for a long time, showing her my teeth. She recognized me and started crying. She begged for her death. But I left her alive, trembling, with her eyes wide open, bulging, reflecting the fear that the Uncia uncia would come down from the Andes and come looking for her again. _________________________________________________________________________________________________
Uncia uncia, por Ayelén Caparra (cuento publicado)
Cuando lo que más teme finalmente pasa, no queda otra cosa para el humano que desgarrar su propia piel y cambiarla. Miré los cuerpos yaciendo inertes a mis pies, su vida desparramada por toda la alfombra y pensé que no me habría imaginado cambiar tanto.
No estoy segura de recordar precisamente cómo era antes de ellos, pero busco con insistencia hacerlo, creo que se lo debo a ese anterior “yo”. La costumbre de la especie dicta enterrar al muerto y eso intento hacer contándoles esta historia.
Quería creer que me había tomado cien días mutar, que no había sido de un momento al otro, pero tengo que admitir y admitirme que eso es una mentira. Para mí todo cambió en un segundo, fue en ese segundo en que tomaron una decisión por mí y no después. Creo que la primer mancha, si hubiera tenido la lucidez para observar mi cuerpo desnudo y no volverme loca, la hubiera notado cuando me tiraron en el descampado. De cualquier forma puedo recordar la fuerza con la que mi cuerpo golpeó el suelo, porque sí, yo lo golpeé.
Buscar en mis memorias difusas me da calma, todavía siento náuseas cuando repienso todo, y eso significa que algo conservo. Sé que los primeros días fueron confusos, los pasé entre hospitales y comisarias, declaraciones y jeringas. Prefería estas últimas, pensar me hacía vomitar. Entonces pasó, uno de los médicos que me revisó la encontró, estaba ahí, un poco clara pero inconfundible. Por suerte él la tomó como un moretón.
Al principio hallaba una mancha nueva por día, pero después se comenzaron a multiplicar a mayor velocidad y en menos de tres semanas estaba cubierta de ellas. Al mes y medio ya eran negras. Por alguna clase de bondad de la naturaleza no me habían salido en la cara.
Ese día era el que mi papá me miró con tristeza, no creo que adivinara exactamente qué pero sabía que yo no era la misma. Venía con malas noticias, habían llamado de la fiscalía, iban a cerrar la causa por falta de pruebas. Agarré el jarrón chino de la abuela y lo estrellé contra la pared. Un silbido bajo salió de mi pecho y se escapó por mi boca. Me encerré en mi cuarto. Había creído que la falta de recuerdos era una dicha, pero ahora la odiaba.
Dos meses más pasaron y yo había vuelto a salir a la calle, pero ya no pertenecía a ahí. Todos los autos, los ruidos, las personas apuradas me molestaban, sentía que mi cabeza no soportaba tanto volumen. Además me habían salido pelos y los pelos se habían agrupado y ahora era un pelaje, uno muy extraño el que me cubría. El primer día que me miré al espejo con semejante pelambre me acordé del jardín de infantes y cómo la maestra nos había preguntado qué animal queríamos ser, como si hubiera una forma posible de que lo fuéramos. Todos habían contestado que perros o gatos, conejo el más osado, yo dije leopardo de las nieves y la señorita me miró con miedo. “Es muy lindo”, añadí para que sacara la cara de susto, pero creo que no me creyó. Ella vio algo en aquel momento y al final tenía razón.
Crucé la calle y ahora estaba en una plaza, me dolía mucho la espalda y las costras en mis manos dificultaban agarrar la cartera. La tiré y me tiré. Caí doblada en dos y pasó lo inevitable. Lo había temido pero también esperado, un destino solitario para una persona que siempre lo había sido. Como último regalo de mi ex humanidad volvieron a mí todos los recuerdos perdidos y supe entonces el por qué de todo.
Los fui a buscar, si tenía suerte y esta noche me sentía así iban a estar todos juntos. Mis músculos se tensaban sin esfuerzo, mis patas aceleraban, la cola me equilibraba, estaba hecha para esto. Llegué fácilmente y casi hubiera querido tener alguna duda, pero no la tuve. Escuché sus risas y mis ojos se entrecerraron, no quería que volvieran a emitir ese sonido. La puerta estaba entreabierta y con la fuerza de mi cuerpo golpeó contra la pared. Se dieron vuelta. Primero no reaccionaron. Después gritaron. Tenían miedo, pero estaban ebrios y yo era muy veloz. Uno de ellos agarró una escoba en un inútil intento de defensa. Lo mismo dio. Un salto a la yugular y cayó. El otro simplemente aceptó lo que le tocaba.
Giré y me encontré con ella. La peor, la que me había entregado. No le guardaba piedad. La arrinconé y con mis ojos felinos la miré por un largo rato, enseñándole los dientes. Me reconoció y se largó a llorar. Suplicó por su muerte. Pero a ella la dejé viva, temblando, con los ojos bien abiertos, desorbitados, reflejando el miedo de que la Uncia uncia bajara de Los Andes y la volviera a buscar.
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